07 Abr ¿Cuál es el retorno infinito?
Nadar largas distancias en aguas abiertas exige, que de forma permanente, sepas hacer uso de todos tus recursos, saber leer con inteligencia la necesidad del momento, adaptarte a los cambios de las corrientes imprevistas, aplicando tu mejor técnica, y sobre todo, confiar en tu capacidad de conseguirlo, y cuando estás cansada, entonces tomas conciencia de la complicidad con la resistencia en el tiempo, porque no llegar a la línea de meta, no es una opción.
Los tiempos actuales no son una línea continua, hay que estar atentos, nadar visualizando hacia delante; observar tu contexto actual, no perder el foco de atención, sin perder fuerza en la brazada y antipando lo que está por venir. Y es que mirar hacia atrás no nos proyecta el futuro, sino que nos aleja incluso de nuestra realidad. Alzar la vista, reflexionar para llegar a un análisis de mejora, planteando nuevos enfoques es complejo, muchas veces incómodo pero también, muy necesario.
Sin este ejercicio de reflexión caemos en la red devoradora del día a día, y nos convertimos en consumidores de “problema-solución”; moveremos agua pero no deslizaremos; hay quienes esto lo aceptan, sin más; y otros sienten que falta algo, que haga que tenga sentido lo que hacen.
A través de Dirección de Proyectos Educativos he aprendido a observar desde otros ángulos, a escuchar, porque se aprende más; a que el cambio de ritmo en la gestión operativa, a veces, es necesario; y a que la improvisación, bien entendida, también es una buena aliada, y una habilidad que se aprende. Sin embargo, lo que sigue siendo esencial en el eje principal de prioridades es:
- la necesidad de establecer planes estratégicos (qué hacemos, cómo y para qué)
- y crear equipos con las personas adecuadas, en quienes apoyar el desarrollo de proyectos, de índole cualquiera.
Al igual que otro tipo de organizaciones, el gran desafío en las direcciones educativas es que se trata de un proyecto 360º con y alrededor de personas, con lo que el éxito depende, en gran parte, del factor humano, lo cual exige una óptica distinta.
Este post no va de gestión de tiempo, de innovación o de tecnología; los ha habido y los habrá; pero dos años después de arrancar un nuevo proyecto me lleva a hacer una reflexión acerca de algo, de lo cual eres más sensible con el tiempo y sigue siendo la línea de flotación de un estilo de liderazo, desde mi visión: el sello personal de las personas en los equipos.
Somos conscientes de que este concepto no es nuevo, ya lo introdujo Tom Peters en 1997 entendiendo como personal branding aquellos aspectos que hacen que un producto sea diferenciador del resto, manifiesto de su propia esencia y por tanto de su propia marca. Hasta aquí, fácil.
En un entorno que lanza de forma exponencial todo tipo de productos a la carta, donde las formas de venta se facilitan, la comunicación te llega a través de una creciente variedad de alternativas, a cual más atractiva, el escenario relacional se acelera, se virtualiza, todo es estratégico y por tanto casi todo está procedimentado. Y es ahí dónde toca innovar, aprender, desaprender, crecer en el cambio, experimentar e imaginar nuevas versiones de lo que hoy tenemos delante, creciendo bajo el mantra de que estamos preparados para lo que está por venir. Y así nos forman y el día nos demanda ser meticulosos en los esquemas de trabajo para ser más eficientes en nuestra gestión y por tanto, óptimos en nuestro resultados. Nada nuevo, una breve sinopsis de dónde estamos.
Y en mitad de todo esto, ¿dónde estamos nosotros, cómo personas? ¿qué hay de nuestro valor personal? ¿lo sabemos reconocer? En un momento donde se acuñan términos como “upskills” o “tecnoemocional”, todo parece poco, insuficiente y hay una expectativa alta en cuanto a los atributos que debemos ser capaces de desempeñar en nuestro día a día, por no hablar de generación venidera.
Ahí dónde valoramos el crecimiento y la capacidad de adaptación, no debemos dejar de tener presente el sello personal de cada uno, no definido, y que reside sobre todo en la inquietud de saber encontrar y concretar, según situación o contexto. Ahí está la virtud, lo extraordinario pues será diferente uno del otro y no todos lo reconocen, lo descubren, creen en él y se atreven a expresarlo. Se trata de carisma, de personalidad, de pensar, de aportar, de querer, creer y atreverse a aplicar una parte de nosotros mismos en lo que hacemos.
Una imagen: tres equipos, tres entrenadores, misma línea de trabajo, mismos objetivos, misma motivación, tres personas que creen en el valor de lo que pueden aportar por ser cómo son; su sello personal, lo que hace que el equipo en su conjunto sea más sólido, pues suma partes auténticas de cada uno de ellos.
Se trata de creer en lo que las personas aportan por cómo son y su identidad con el proyecto, un retorno infinito que no es a fondo perdido, haciendo que el proyecto tenga esencia y personalidad propia. Y es que, en los albores de la corriente de la Inteligencia Artificial (IA) es cuando hemos de cuidar más el valor de nuestra aportación personal en lo que hacemos, su retorno es poderoso, su valor único, y su espacio no excluye la asistencia artificial nominada gentilmente como inteligencia.